Se estrena el documental del fotógrafo de la Dolce Vita que dejó de fotografiar por amor a la fotografía: Paolo Di Paolo
FotoGasteiz / FotoKalea.com .- Este mes de mayo de 2022, en el marco del festival ‘Play-Doc’ de Tui, se ha estrenado el documental ‘El tesoro de su juventud: las fotografías de Paolo Di Paolo’.
El italiano Paolo di Paolo nacido en 1925, que sigue vivo -tiene 97 años- fue el fotógrafo que retrató a la Italia más famosa y más anónima. Fue uno de los fotoperiodistas italianos más importantes, capaz de captar la esencia de su tiempo… y de colgar la cámara cuando estaba en lo más alto de su carrera.
ARCHIVIO FOTOGRAFICO PAOLO DI PAOLO
The Treasure of His Youth: The Photographs of Paolo Di Paolo
Aquí podéis ver el trailer:
El fotoperiodista Paolo di Paolo (Larino, 97 años) vivió una breve pero intensa carrera en Roma, que abarcó un periodo de catorce años en los que trabajó para publicaciones culturales como Il Mondo y Tempo illustrato (1954-1968).
Sus fotografías íntimas, que muestran el mundo del arte, la cultura, la moda, el cine y la vida de la clase trabajadora, pintan una imagen de Italia resucitada de la destrucción y la pobreza de la posguerra. Con Leica en la mano, Di Paolo se convirtió en el fotógrafo más leal y el mayor confidente de la élite cultural en los albores de la dolce vita.
“Dejé de fotografiar por amor a la fotografía»
La carrera de Di Paolo se ralentizó con el cierre de Il Mondo y el auge del periodismo paparazzi, algo que rechazó rotundamente. “Dejé de fotografiar por amor a la fotografía. Se ha convertido en otra cosa”. Se casó con su joven secretaria y se retiró al campo, donde dedicó el resto de su vida a actividades intelectuales y pasiones personales. Se convirtió en el historiador oficial de los Carabinieri (policía militar), formó una familia y comenzó a coleccionar y restaurar autos antiguos; una existencia tranquila de relativa oscuridad. La decisión de Di Paolo de dejar la vida fotográfica fue definitiva: ni siquiera habló con sus propios hijos de aquellos años en que fotografió a Pier Paolo Pasolini (con quien trabajó en estrecha colaboración), Luchino Visconti, Anna Magnani, Elizabeth Taylor, Grace Kelly, Marcello Mastroianni. , Rudolf Nureyev, Sofia Loren, Ezra Pound, Giorgio de Chirico, Tennessee Williams…, y la lista continúa.
Hace veinte años, el archivo de Di Paolo fue redescubierto accidentalmente por su hija, Silvia, lo que cambió sus vidas para siempre. Gradualmente asumió el papel de archivista y su representante y comenzó a devolver el trabajo de su padre al lugar que le corresponde en la historia. En 2019, sus esfuerzos culminaron con la inauguración de la primera exposición sobre la carrera de Paolo Di Paolo en el Museo MAXXI de Roma, titulada Mondo Perduto («Mundo perdido»), y la publicación de su primera monografía.
Pero el misterio de la historia de Di Paolo sigue ahí: ¿por qué un hombre le daría la espalda a esa vida glamorosa de una manera tan radical, para desterrarla por completo? ¿Qué motivaría a un artista a borrar cualquier rastro de su antiguo yo? Con esa pregunta en el centro, nuestra película explora el viaje de autoinvención, pérdida y redención de Di Paolo. Es una historia de glamour e intriga, llena de estrellas, aspirantes al estrellato y aristócratas. Es una historia familiar, una familia que se reconcilia con un patriarca y su pasado tácito. Es una historia sobre el poder curativo del arte: la restauración de un hombre y su legado y su conexión con el mundo. Y es una historia inspiradora, ya que el prestigioso fotógrafo y cineasta Bruce Weber se topa con una fotografía de Pasolini en una pequeña galería de Roma y queda tan impresionado por su belleza que se lanza en busca del escurridizo fotógrafo que la tomó, lanzándose así esta extraordinaria historia.
Paolo Di Paolo entrevistado por @DaniVerdu para @icon_elpais a propósito del estreno en @PlayDocFest de EL TESORO DE SU JUVENTUD: LAS FOTOGRAFÍAS DE PAOLO DI PAOLO (Bruce Weber, 2021). https://t.co/8phldd8NRR
— Play-Doc (@PlayDocFest) May 23, 2022
Paolo di Paolo, el hombre que fotografió Italia y decidió desaparecer: “La ‘dolce vita’ nunca existió”
El hoy nonagenario retrató a Pasolini, Mastroianni o Kim Novak, para luego esfumarse del mapa sin explicación. Nos recibe en su casa (y desmonta los mitos de su época) ahora que se estrena un documental sobre él
En un destino marcado por esa suerte de nombre duplicado, podría decirse que Paolo di Paolo (Larino, 97 años) renació dos veces. La primera, a los pocos meses de vida, cuando le fue diagnosticada una enfermedad mortal. El médico familiar aconsejó como único remedio bañar regularmente al bebé en una palangana de Negroamaro, un vino del sur de Italia cuyas propiedades debían espabilar al crío. Nadie sabe cómo, pero se curó y hoy está cerca de los cien años.
La segunda llegó después de sentir que ya había vivido muchas cosas y, convertido en un mito de la fotografía, decidió desaparecer. Ese segundo advenimiento se produjo el día que su hija Silvia, sin conocer nada de su vida anterior, buscaba unos viejos esquíes en el desván de casa y por error encontró un tesoro oculto de centenares de miles de negativos que conformaban la formidable obra de su padre. Un genio de la fotografía que había decidido retirarse tras solo 16 años de trabajo, cuando mejor le iba, sin dejar ningún rastro.
Paolo di Paolo ya no se baña en vino, bromea mientras se acomoda en su butaca. Pero con 97 años continúa bebiendo alrededor de un litro de tinto al día y vistiendo impecablemente. El legendario fotógrafo, venerado por ilustres como el diseñador Alessandro Michele o el fotógrafo Bruce Weber (que estrenó recientemente en el festival Play-Doc de Tui su documental El tesoro de su juventud: las fotografías de Paolo Di Paolo) vive ahora en el popular barrio de San Lorenzo, en Roma, con su esposa. Su hija Silvia, la persona que exhumó accidentalmente toda su obra, un yacimiento de grandes retratos ya publicados y otros 254.000 negativos inéditos de entre 1954 y 1968, le acompaña durante la entrevista.
Un hombre que abandonó abruptamente su carrera y encerró parte de su identidad dentro de un montón de viejas cajas. Aquel día de 1968 decidió no volver a hablar nunca más de ese mundo de estrellas, cineastas, fabulosos escritores y periodistas que le adoraban y a los que, desde entonces, colocó en la vaporosa categoría de mundo perdido. Fue justo el día en que cerró Il Mondo, el singular semanario para el que había trabajado durante todo ese tiempo con una libertad y un respeto desbordante por el oficio. Una clausura que coincidió con el advenimiento del mundo de los paparazzi, il pettegolezzo y la fotografía concebida como una intrusa en la vida de las celebridades. También con un cierto hastío personal hacia todo.
“¿Quién iba a volver a publicar mis fotos? La televisión había quemado la posibilidad de hacer reportajes largos y elaborados”, cuenta. “El golpe final fue cuando un día me vino a ver un director de periódico y me dijo: ‘Cualquier cosa que tenga algo de picante, tráemela: tienes las puertas abiertas’. Salí de su despacho triste y sentí cómo esas puertas, en realidad, se cerraban a mi espalda. El mundo de los escándalos no formaban parte de mi trabajo. Y si me hubiera empeñado en seguir, habría empezado también mi declive y hoy seguramente no estaríamos aquí”.
La obra de Di Paolo orbitó siempre entre la delicadeza de su mirada y la terrible fuerza de la gravedad de personajes fundamentales de la época como Oriana Fallaci, René Clair, Giorgio De Chirico, Ezra Pound, Marcello Mastroianni o Anna Magnani, a quien retrató en una insólita intimidad en su casa del Circeo con su hijo discapacitado. También documentó los rituales casi ocultos de la vieja nobleza negra romana, como el gran baile de puesta de largo de la princesa Pallavicini, donde fue el único fotógrafo con permiso para entrar; o instantes cuyo crujido en medio del silencio político de dos épocas marcaron la ruptura definitivamente con el pasado, como el funeral del secretario general del Partido Comunista, Palmiro Togliatti.
El país temblaba ya con las primeras detonaciones sociales del bum económico que lo modernizó en los sesenta y las crecientes tensiones sociales. El milagro también lo estaba partiendo en dos. Una fractura escenificada de norte a sur y que el país intentó coser con infraestructuras clave como la Autopista del Sol, que atravesaba Italia y cuya inauguración el joven Di Paolo se fue a fotografiar. Ese día, en lugar de retratar al obispo y el alcalde cortando la cinta, Di Paolo subió a lo alto de una colina y capturó de espaldas a una familia pobre en una chabola, observando cómo el primer automóvil aceleraba entre olivos y campos que el país se disponía a dejar atrás.
Di Paolo, un tipo con una voluntad de hierro que solo quería ser profesor de Filosofía hasta que la víspera de su graduación se topó con una Leica III C en un escaparate, fue siempre un intelectual. Un artista en ocasiones más preocupado por la ética que por la estética de su obra. Una isla en la histórica primavera de los paparazzi, justo cuando el oficio se llenaría de francotiradores en la puerta de los restaurantes y los hoteles caros. Él siempre lo odió. “Nos hacían avergonzarnos de ir por la calle con la máquina fotográfica colgada al cuello”, recuerda mientras le da un sorbo a un refresco que le ha traído su hija. Él funcionaba de otro modo. Cuando llegaba una actriz a Roma le mandaba un ramo de flores y una tarjeta de visita rogándole fotografiarla.
Así, entre otras, retrató a Kim Novak saltándose el tumulto que esperaba en la puerta de su hotel. “Lo de los paparazzi fue un fenómeno alimentado por Fellini. No había ni uno cuando yo empecé, pero él creó un modelo que luego copiaron. ¿La Dolce Vita? No existió nunca. También es una invención suya y de su guionista. Inventó todo un mundo en sus películas, lejos de ahí había una Roma que no conocía. Pero mire, la gente venía de todas partes para vivir ese fenómeno en la Via Veneto y, al final, terminaban ellos convertidos en el paisaje”.
Una estampa de Di Paolo, tres jeques sentados en la avenida romana, recuerda esa visión. El grupo original de Di Paolo estaba formado por cuatro o cinco amigos que deseaban expresarse artísticamente de algún modo, recuerda. “Veníamos de experiencias distintas. Teníamos una fuerza de voluntad enorme, porque procedíamos del final de la guerra. No éramos infelices porque no sabíamos lo que era la felicidad. Pero descubrimos de golpe la facultad de soñar y realizar los sueños”, explica. Querían la verdad, también en las fotografías. Y en parte por esa humildad y ética del trabajo tuvo acceso a espacios que jamás podrían haber soñado otros fotógrafos. Por eso pudo también acompañar durante todo un verano a un personaje complicado como Pier Paolo Pasolini (entonces un joven escritor y poeta) para realizar un reportaje que se llamaría La larga carretera de arena. Pasaron la mitad del viaje en silencio, en el MG descapotable de Di Paolo. Pero la amistad y respeto creados sirvieron para que el cineasta e intelectual le abriese las puertas de su casa y de rodajes como el de El Evangelio según san Mateo (1964). “Era muy serio, creía en todo lo que hacía. Cuando estuve en ese rodaje me sorprendió el respeto profundo que le tenía todo el equipo, siempre en silencio”. Algunas de las fotografías más bonitas que existen hoy del cineasta asesinado las firmó Di Paolo.
Pero Di Paolo se cansó de retratarlo. O ya no cuadraba con su vida familiar, como también apunta su hija. Comenzó a trabajar como director de arte de los carabinieri. Se adaptó a su monótona estética, a la metódica edición de su anuario cada final de curso y a una vida tranquila y familiar. “Los fines de semana invitaba a comer al mecánico y al pintor. En casa nunca vimos ninguna estrella”, recuerda su hija, a su lado. Ni siquiera ella supo exactamente a lo que se había dedicado su padre hasta que dejaron algunas de sus fotografías en una especie de anticuario romano llamada Maldoror (como aquel personaje del Conde de Lautréamont) que frecuentaba Di Paolo. El propietario, alucinado por haber dado con aquella estrella fugada de la que nadie más supo un día, la expuso y sucedió el milagro.
Bruce Weber pasó por delante de aquella tienda y se las llevó todas sin saber quién era el autor. En los retratos aparecían Mastroianni, Visconti, Pasolini… Un mundo fascinante y conocido, pero captado en un modo único. Al llegar a EE UU, el hoy controvertido fotógrafo descubrió la firma de Di Paolo tras cada ampliación. Fascinado, comenzó a investigar, se obsesionó con aquel tipo que había dado una espantada al estilo de Greta Garbo y arrancó una relación con el italiano que derivó en la puesta en marcha del documental sobre una obra crucial para entender la Italia de los sesenta. Pero los milagros a veces también llegan acompañados. Mientras se comenzaba a rodar, el director creativo de Gucci, Alessandro Michele, pasó por delante del mismo anticuario y tuvo una sensación parecida. Él promovió entonces una gran exposición sobre aquel universo: se celebró en el MAXXI de Roma hace tres años y se certificó para siempre la descomunal influencia de la obra de aquel niño que sobrevivió gracias al vino.
Paolo di Paolo, el fotógrafo que retrató a la Italia más famosa y más anónima
Dos exposiciones en Milán en colaboración con Bulgari recuperan la figura de uno de los fotoperiodistas más notables del país, capaz de captar la esencia de su tiempo… y de colgar la cámara cuando estaba en lo más alto.
Subió a lo más alto y, cuando estaba allá arriba, desapareció. Lo dejó. El fotógrafo Paolo di Paolo (Larino, Italia, 1925) siempre ha sido único para todo. Lejos de las modas, él ha contado con una visión propia que ha hecho valer y que ha impregnado tanto su trabajo como su manera de dejarlo, allá por 1968. Cincuenta y tres años después, su obra sigue despertando un gran interés. Ayer se inauguraron dos exposiciones suyas en la Galleria Carla Sozzani, en Milán, con la colaboración de Bulgari. Hace dos años tuvo lugar una retrospectiva de su trabajo, Paolo Di Paolo: Lost World Photography 1954-1968, en MAXXI, en Roma. Y el también fotógrafo Bruce Weber está dirigiendo una película sobre su vida.
Nació en Larino, en la mitad sur de Italia, pero se mudó a Roma a los 14 años. Lo de la fotografía le llegó por casualidad, como él mismo recuerda. “Siempre había querido ser profesor de Filosofía. Y la víspera de graduarme me enamoré de una Leica III C expuesta en un escaparate. Así comenzó esta aventura». En efecto, estudiaba en la facultad de Filosofía de la Università La Sapienza. Sin esa Leica expuesta de manera tan atractiva en aquel escaparate, Italia no hubiese tenido a uno de los grandes fotoperiodistas de su historia.
Paolo di Paolo puso su ojo y su lente en las transformaciones sociales y culturales de Italia. Con un país saliendo de la II Guerra Mundial, eso significaba mucho trabajo. En Roma, frecuentó los ambientes artísticos de la ciudad entre mediados de los años 40 y principios de los 50. Era muy cercano al círculo de Forma 1, que le animó a desarrollar su creatividad a través de la fotografía. Trabajó en edición de revistas, y en 1953 fue nombrado director de Viaggi Cit. Le tourisme en Italie. Por aquel entonces todavía se presentaba a sí mismo como un fotógrafo aficionado que lo hacía por placer.
En 1954 comenzó a colaborar con el semanario Il Mondo. Ese fue el inicio de una producción que durante los años siguientes abarcó literalmente a todas las celebridades italianas (y muchas extranjeras) de la época, de Brigitte Bardot a Anna Magnani. Publicó más de 573 fotografías. Entre 1954 y 1956 colabora con La settimana Incom Illustrata y en el mismo periodo comienza a trabajar para el semanario Tempo.
Muchos de sus reportajes fotográficos fueron firmados por destacados periodistas, como Antonio Cederna, Lamberti Sorrentino, Mino Guerrini o Luigi Romersa. A principios de la década de los 60 ejerció como corresponsal en la Unión Soviética, Irán, Japón y Estados Unidos.
Su trabajo está lejos de la visión felliniana (“La Roma de aquella época no era como la de sus películas. La dolce vitanunca ha existido. Lejos de la elegante y mundana Via Veneto había otra Roma que él no conocía”, dijo) y se aproxima más al neorrealismo. De ahí que su trabajo se enmarque en el fotoperiodismo, pues logró capturar las rápidas transformaciones que vivía un país ansioso de modernidad tras haber sido arrasado por veinte años de fascismo y guerra. La misma corriente que puso al cine italiano en el foco internacional y dotó a su cultura de un glamour inédito.
En su afán por conocer y retratar una Italia en plena transformación, Paolo di Paolo acompañó a Pier Paolo Pasolini en un viaje por carretera que tuvo lugar entre junio y agosto de 1959. Se montó con él en un Fiat 1100 y enfilaron la larga carretera de Ventimiglia hasta Palmi. Di Paolo tenía 34 años, y Pasolini 37. Compartieron sólo la primera parte del recorrido. Pasolini llegó hasta el sur de Sicilia para luego remontar la costa oriental y llegar a Trieste.
Aquel viaje dio origen a un reportaje fotográfico de di Paolo con textos de Pasolini, publicado en tres entregas en la revista mensual Successo, entre julio y septiembre de ese mismo año. En él queda reflejado el modo en que los italianos de la costa viven sus vacaciones, del mar Tirreno al Adriático. Un ejercicio de sociología que marcó su carrera. “Yo estaba buscando una Italia que mirara hacia el futuro. Concebí el título El largo camino de arena como el paralelismo del camino arduo recorrido por los italianos para alcanzar el bienestar y las vacaciones después de la guerra», dice Paolo di Paolo. Nunca hubo una verdadera amistad entre di Paolo y Pasolini, aunque sí fue una relación amable. Más tarde, di Paolo también documentó a Pasolini durante el rodaje de las películas Mamma Roma con Anna Magnani y de El Evangelio según San Mateo. La larga carretera de arena es también un libro que está disponible en castellano, en la editorial Gallo Nero, y da nombre a una de las dos exposiciones que se acaban de inaugurar en Milán.
La segunda exposición tiene como nombre MILANO (fotografie 1956-1962). Se trata de una selección de fotografías en honor a Milán, la ciudad de la que di Paolo se enamoró porque decía que era muy distinta a Roma. “Es como ir al extranjero”, en sus propias palabras. Son imágenes en las que puede apreciarse el talento de di Paolo para captar momentos de la vida cotidiana de la ciudad. A lo largo de su carrera, demostró que podía hacerlo tan acertadamente como el plasmar el carisma y la belleza de las grandes actrices de la Dolce Vita que hicieron reír y soñar a generaciones enteras.
En 1966 empezó a cambiar todo. Il Mondo echó el cierre y la dirección del semanario Tempo cambió. Con ella, y empujada por el advenimiento de la televisión, la información comenzó a orientarse hacia el cotilleo. Aquello exasperó a Paolo di Paolo, que concluyó su carrera ilustrando reportajes firmados por la periodista de moda Irene Brin, cuyos protagonistas eran los miembros de la jet set europea. En 1968, y cansado del amarillismo generalizado en las revistas, di Paolo colgó la cámara y se retiró a una casa en el campo a las afueras de Roma. Allí retomó sus estudios de Filosofía e Historia. De 1970 a 2015 estuvo dedicado a publicaciones editoriales, incluido el Calendario Histórico del Arma de los Carabinieri.
Los archivos fotográficos de Paolo di Paolo con más de 250.000 negativos, hojas de contactos, impresiones y diapositivas, permaneció oculto y perfectamente ordenado durante décadas. Fue encontrado por casualidad a principios de la década de 2000 por su hija Silvia, quien descubrió una parte desconocida de la vida de su padre y sacó a la luz su extraordinaria obra.
El director creativo de Gucci, Alessandro Michele, descubrió el trabajo de di Paolo en una librería de Roma dedicada a la cultura del siglo XXI llamada Il Museo del Louvre. “Mi curiosidad hizo el resto. Quería saber más, analizar, explorar y comprender todo lo que pudiera”, dijo Michele en el catálogo de la exposición que tuvo lugar en Roma en 2019 y que, a petición suya, fue apoyada por Gucci. “Estoy fascinado por la sensación contemporánea de los rostros representados en sus obras. Las imágenes de di Paolo siempre son una combinación sorprendente e inesperada de fuerza y gracia”.
La obra de Paolo di Paolo refleja un tiempo que ya se fue, pero que queda en la retina de todos como la base sobre la que se construyó la felicità.
Paolo Di Paolo captó en sus fotografías la Italia en los años 50 y 60 maravillosamente
Paolo de Paolo nos regala su mirada de una Italia muy alejeada de la Dolce Vita, nos acerca a una Italia impregnada de neorrealismo y de belleza.
«Siempre había querido ser profesor de Filosofía. Y la víspera de graduarme me enamoré de una Leica III C expuesta en un escaparate. Así comenzó esta aventura». El fotógrafo Paolo di Paolo (Larino, Italia, 1925) recuerda de esta forma el momento en que su vida cambió para siempre.
Ahora, el universo del genial artista, se puede disfrutar en la exposición «Paolo di Paolo: Lost World» formada por más de 250 imágenes, en gran parte invisibles hasta ahora, del archivo del fotógrafo.
Di Paolo relató la vida de su país tras la demoledora Segunda Guerra Mundial, una Italia que se abría en canal y que el cine supo canalizar en los maravillosos estudios de la Cineccitá.
Di Paolo abandera el espíritu neorrealista, que no era otro que el de una imperiosa necesidad de sinceridad, de describir la realidad tal y como era, y siempre con un nivel didáctico a nivel moral. Amamos su mirada en blanco y negro y tan llena de verdad.
¡Di que te lo contó FotoGasteiz!
Fotógrafos y fotógrafas (biografías) por Gustavo Bravo
¡Nos vemos el viernes 27 de mayo a las 12.00h en directo en una nueva ponencia de Rafa Badia en La Tercera de FotoKalea!
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